Puede que a muchos de nuestros lectores el título les parezca una obviedad, pero en numerosas ocasiones me he encontrado con personas que no están de acuerdo con que los policías y otros profesionales de la seguridad tengan conocimientos de artes marciales, deportes de combate, lucha o incluso defensa personal.
El motivo que alegan estas personas es el temor a que los profesionales de la seguridad puedan emplear estos conocimientos inadecuadamente para causar daños y abusar de la población. Seguramente un gran número de estas personas consideren directamente que la policía no debería tan siquiera existir, pero ese es un debate en el que no voy a entrar. La policía existe y, por el bien de todos, lo mejor es que tengan este tipo de habilidades y las practiquen con asiduidad.
Partamos de la base de que si alguien quiere hacer daño o abusar de otra persona no necesita saber artes marciales ni disponer de ningún conocimiento de pelea. Es mucho más relevante la inexistencia de barreras morales, el sadismo o la imaginación para hacer el mal, entre otras muchas cosas. Cosas que, por cierto, chocan frontalmente con la filosofía y los valores que propugnan las artes marciales.
Sin embargo, si un policía (o un vigilante de seguridad u otro profesional de la seguridad privada) tiene que actuar en una situación de riesgo y este está convenientemente entrenado, podrá usar sus habilidades en artes marciales (o defensa personal, lucha, etc.) para minimizar los daños que pudiera causar cuando haga uso de la fuerza. Visto desde el otro lado, si cualquier persona tiene que defenderse (o defender a un tercero) y no cuenta con ningún conocimiento al respecto, no tendrá más remedio que defenderse de manera instintiva, no podrá controlar la fuerza que ejerce, ni sabrá el daño que puede llegar a causar. De hecho, a los miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad se les exige que hagan un uso proporcional de la fuerza, asumiendo que tienen los conocimientos necesarios para ello, lo cual también afecta al uso de armas.
Desafortunadamente, lo más frecuente es que el entrenamiento que reciben los policías en este ámbito, especialmente una vez salidos de la academia, sea poco habitual o directamente inexistente. La mayoría de los profesionales deben costearse esta formación y recibirla fuera del horario laboral, situación que se complica cuando se trabaja en turnos rotativos. Esta falta de práctica y formación continua afecta negativamente a la seguridad de los agentes, pero también a la de todos, pues ellos son los responsables de mantener el orden público y la seguridad de los ciudadanos. Así que, aunque el título de este artículo pueda parecer evidente, la realidad es tozuda e impide que se lleve a la práctica.
Un ejemplo de este déficit formativo se tiene en el fracaso de la introducción de la tonfa («PR24» es su denominación técnica) como parte del equipamiento policial. A nivel teórico, el uso de la tonfa permite una versatilidad mayor para bloquear, realizar técnicas de manipulación, control o inmovilización que un bastón (la clásica porra). Pero la realidad es que su dotación es extremedamente infrecuente.
Si bien es cierto que la tonfa es incómoda de portar (aunque actualmente existen modelos extensibles), lo que realmente limita más su uso es que requiere de un entrenamiento extenso. No basta con un curso de habilitación de 35 o 40 horas de práctica. Independientemente de la duración del curso de habilitación, sería necesario que acabado este le sucediera un entrenamiento constante y realista que al menos consiguiera mantener las habilidades adquiridas. Con total seguridad, si un agente tiene que hacer uso de una tonfa sin contar con la preparación adecuada, lo hará de forma demasiado instintiva (por decirlo suavemente) y probablemente la acabe empleando como si fuera un martillo, herramienta con la que estará bastante más familiarizado.
Un razonamiento similar puede aplicarse al uso de armas de fuego. No voy a profundizar en este aspecto, pero también es muy frecuente escuchar frases del tipo «podría haberle disparado a la pierna o a un brazo». Dejando al margen la conveniencia de este tipo de disparo, como una imagen vale más que mil palabras, aquí os dejo ejemplos de la silueta típica con la que policías, vigilantes de seguridad y demás profesionales de la seguridad realizan sus entrenamientos de tiro.
Salta a la vista que la silueta no tiene ni brazos, ni piernas... ni se mueve, ni te mira con cara amenazante y clara predisposición a atentar contra tu integridad física. De hecho, las prácticas de tiro se realizan habitualmente en una galería con un blanco estático, descontextualizando completamente lo que sería una situación real que requiera el uso de un arma de fuego. Si un policía acude un par de veces al año a este tipo de prácticas de tiro, es prácticamente imposible que en una situación de riesgo y estrés máximo pueda impactar con su arma a un pequeño blanco en movimiento. De hecho, ya sería todo un reto que lograra sacar su arma e hiciera blanco en una gran silueta en movimiento.
En conclusión, los conocimientos de artes marciales y defensa personal son necesarios para que los profesionales de la seguridad puedan defenderse y defendernos de la manera más eficaz y eficiente posible, haciendo un uso proporcional de la fuerza, reduciendo así el riesgo y los daños derivados de su actuación. Desde este espacio quiero reivindicar que se proporcione una formación adecuada y continua a los profesionales de la seguridad en defensa policial. Ojalá pudieran entrenar todos los días y nunca tuvieran que hacer uso de las habilidades adquiridas.
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